sábado, 14 de septiembre de 2013

Los episodios de fuga de capitales desde 1976

La tablita cambiaria de Martínez de Hoz y su posterior debacle de 1978 a 1982 contabilizó una fuga de 23.874 millones de dólares. La recesión económica por el Efecto Tequila y las posteriores crisis financieras en mercados emergentes de 1995 a 1998 sumaron una fuga de 41.039 millones de dólares.


El derrumbe de la convertibilidad 1999-2001 totalizó una fuga de 28.526 millones de dólares.La dimensión que ha adquirido la fuga de capitales en la economía argentina es impresionante.

Desde 1978 hasta 2011, acumuló
unos 174.000 millones de dólares
Cada episodio de fuga tiene rasgos propios, pero todos se unifican en que se desarrollaron en un contexto de integración de la economía nacional a las finanzas globales desreguladas y a frágiles mecanismos de control de los movimientos de capitales. La cuestión que los diferencia es el disparador para cada uno de los períodos de transferencia de riqueza local al exterior.

El aspecto notable de la gran fuga en el kirchnerismo fue que no derivó en una crisis de proporciones. Es el factor distintivo respecto a los episodios anteriores. Evidentemente tuvo un indudable impacto en la economía local, no tanto por afectar el crecimiento del PBI, sino por restringir márgenes de acción de la política económica desafiados con medidas heterodoxas, como la utilización de reservas para pagar vencimientos de deuda pública. Teniendo en cuenta las otras experiencias de fuga de capitales, ese inédito comportamiento de la economía ha desconcertado a economistas del establishment, quienes fueron sumando frustraciones porque la devaluación que proponían y el descalabro económico que anunciaban, y deseaban, no se concretaba. La decepción se acrecentaba porque la compra de dólares, las corridas y posterior fuga al exterior no tuvieron el efecto disciplinador esperado, como el que padecieron gobiernos pasados. No ha sido un dato menor el fracaso de esa tradicional estrategia de presión sobre gobiernos elegidos por la voluntad popular. Precisar las condiciones que neutralizaron el impacto de la fuga de capitales más intensa de todas brinda elementos para acercarse a una mejor comprensión del ciclo de la economía argentina durante los gobiernos kirchneristas.

Desde 2007 hasta fines de 2011, el monto de la fuga ha sido impactante: 79.281 millones de dólares. Monto que casi duplicaba la cantidad de reservas que el Banco Central acumulaba en diciembre de 2011, y representaba el 18 por ciento del Producto Interno Bruto (435.179 millones de dólares, según FMI World Economic Outlook Database, 2011). A pesar de que este fabuloso drenaje de divisas superó los registrados en otros episodios críticos desde 1976, la economía no colapsó ni el sistema bancario y cambiario necesitó de la asistencia del Banco Central. Las principales variables macroeconómicas estuvieron bajo control. Es una característica notable del ciclo económico. En las experiencias previas, la salida de capitales reflejaba una disminución significativa de las reservas internacionales debido a que el Banco Central proveía una parte importante de esos fondos. Otra parte era financiada vía endeudamiento externo.

Si bien el stock de reservas no descendió sustancialmente, la magnitud de la variación resultó muy afectada. Un simple cálculo muestra que sin fuga de capitales, el total de reservas hubiera sumado, por lo menos, 124.000 millones de dólares a diciembre de 2011. La diferencia con el stock efectivo de unos 45 mil millones de dólares es un dato contundente del costo para la economía y el esfuerzo necesario para evitar una crisis motivada por el rasgo estructural de fuga de capitales de la economía argentina.

La fuga no se financió con endeudamiento del Estado. La fuente principal fue el saldo de la balanza comercial. Gran parte de las divisas provenientes del superávit comercial de ese período no se acumularon en las arcas del Banco Central, sino que pasaron a integrar el stock de los activos externos privados no financieros. La fuga representó el equivalente a casi el 80 por ciento del saldo positivo de la balanza comercial. Sin ingreso de fondos por endeudamiento externo, la alternativa vedada a partir del default y de la renegociación de deuda con fuerte quita de capital, y con un regular flujo de inversiones extranjeras, las divisas provenientes del saldo de la balanza comercial fueron un muy importante estabilizador del mercado de cambios.


DOLAR: EL CASO BRASIL EN COMPARACIÓN CON ARGENTINA

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Prácticas económicas y conductas sociales de décadas terminaron por configurar una pauta dolarizada que requiere de una labor paciente para modificarla, de incierto resultado. No se logra en forma inmediata. El principal problema del nuevo régimen cambiario es el mercado inmobiliario, puesto que es una de las mayores expresiones de la dolarización de la economía. En un reportaje en Página/12 Héctor Valle afirmó: “Argentina es el único país del mundo donde el cemento se vende en pesos, los ladrillos se venden en pesos, la mano de obra se paga en pesos y los departamentos cotizan en dólares”.

Brasil es el ejemplo más cercano de un mercado inmobiliario local que puede concretar operaciones en moneda nacional. El dólar no es tomado como referencia para la cotización de las viviendas. Aquí es donde se expresa con nitidez que la dolarización en Argentina no es sólo un tema económico.

En no pocas oportunidades se ha explicado que la obsesión por el dólar en Argentina tiene su origen en las sucesivas crisis económicas, devaluaciones, años de alta inflación hasta hiperinflación y repudio de contratos económicos, como el default de la deuda.

En ese inventario de descalabros, sin embargo, el caso brasileño no es diferente al argentino.

Argentina no se encuentra al tope de los países defolteadores. Desde su independencia en 1816, declaró la cesación de pagos de la deuda en siete oportunidades, siendo la última de gran magnitud en 2001. Brasil defolteó la deuda nueve veces desde su independencia en 1822, siendo el último en 1983, según la investigación de Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, Ocho siglos de crisis financieras. Historia mundial de los defaults.

Brasil incumplió con el pago de la deuda más veces que Argentina.

El recorrido inflacionario tiene también muchos parecidos.

Brasil registró tasas de inflación altas, por encima del 30 por ciento a partir de 1974. La variación anual de los índice de precios al consumidor, promedio anual, desde 1982 a 1994 se ubicó siempre arriba del 100 por ciento por año, con picos de 235 por ciento en 1985. Tuvo hiperinflación de 1988 a 1994, con un piso de 1000 por ciento anual y un máximo de 2946,7 por ciento en 1990. Un año antes, Argentina había tenido un aumento del índice de precios al consumidor de 3079,5 por ciento.

Brasil tuvo inflación alta e hiperinflación durante muchos años como la Argentina.

Brasil reúne entonces las mismas condiciones de experiencias económicas traumáticas de Argentina, utilizadas como factores explicativos del atesoramiento de dólares o la referencia del dólar para los valores de los inmuebles. Pero en Brasil no utilizan el dólar en sustitución a la moneda nacional. El ahorro y la compraventa de inmuebles no están dolarizados en el mercado brasileño.

Esto no implica que grandes capitales brasileños no fuguen dinero al exterior o desvíen fondos no declarados hacia paraísos fiscales o hacia la compra de inmuebles en Punta del Este y Miami. Es un comportamiento tradicional de las elites latinoamericanas. Pero el desarrollo de transacciones domésticas relevantes tiene como unidad de cuenta la moneda nacional, el real.

¿Por qué segmentos influyentes de la economía argentina entonces están dolarizados?

La conducta rentista ha alterado históricamente el funcionamiento de la economía argentina, y el régimen financiero ultraliberal instalado por la dictadura de 1976 y la convertibilidad, en los ’90, definieron el carácter bimonetario de la economía. La ortodoxia y los sectores conservadores rifaron la soberanía monetaria.


La tarea de desarticular la dolarización no es sencilla ni inmediata. La dificultad de esa labor no significa resignarse y abandonarla, sino encontrar la estrategia adecuada para ir cambiando prácticas que se hicieron habituales.

04/11/2012
FUENTE: PÁGINA 12




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