Acerca de la lectura en el tercer milenio.
Por Antonio Cruz (*)
Transitamos tiempos complejos. Se me ocurre que nadie puede
poner en duda que los vertiginosos y turbulentos días que vivimos generan
ansiedad e incertidumbre en casi todos los aspectos de la vida del hombre. La Literatura (como
disciplina o como arte o si solamente la consideráramos, de manera arbitraria,
como un simple elemento lúdico) no está ajena a esa confusión más o menos
generalizada. Muchos de nosotros habremos escuchado o leído y quizás hasta
participado de la polémica acerca de si la televisión o Internet han relegado a
la lectura como hábito en las nuevas generaciones. Es más, he llegado a leer
artículos en los que pensadores reconocidos especulan con la desaparición del
libro, al menos en su formato impreso en papel, en no muy largo plazo.
¿Cuál es el significado de la palabra leer? ¿Qué significa
la palabra lectura? Responder a estas preguntas no es tarea sencilla. A partir
de los conceptos de Roland Barthes se admite que, para que el círculo iniciado
por el autor de un texto literario se cierre, es indispensable que el lector le
adjudique un significado, pero debemos aceptar que siempre habrá una pluralidad
de interpretaciones porque los lectores no pueden evitar la participación
aleatoria de sus propios conocimientos (que son contingentes al texto y propios
para cada individuo) con lo que cada escrito determina una lógica
interpretativa diferente en cada persona que lee.
En mi modesta opinión, si nos atenemos al concepto que
sostiene que para leer es indispensable tener un libro en las manos,
probablemente los que sostienen dicha teoría están en lo cierto; ahora, si nos
basamos en algunas de las diferentes definiciones de la palabra “leer” que
pueden encontrarse (1. Pasar la vista por lo escrito o lo impreso comprendiendo
la significación de los caracteres empleados; 2. Comprender el sentido de
cualquier otro tipo de representación gráfica; 3. Entender o interpretar un
texto de determinado modo; 4. Comprender o interpretar un signo o una
percepción), dicho de otra manera, si entendemos que lectura y escritura son
formas de comunicación social, que el acto de leer implica interactuar con un
determinado texto para comprender su significado y aceptamos que no solamente
los libros pueden leerse sino también un anuncio publicitario o un grafiti o
cualquier otro texto, podemos concluir que también leemos en la pantalla de
nuestra computadora; por tanto, si me atrevo a calcular cuántas personas “pasan
su vista por diferentes textos, los interpretan y comprenden sus signos”
cotidianamente a través de Internet o en sus propios archivos virtuales, es
creíble la postura que sostiene un incremento en la práctica de la lectura,
aunque es imposible no aceptar que este crecimiento de la cantidad de
“lectores” es absolutamente anárquico y no responde a ninguno de los cánones
tradicionales de la “lectura”. Es un nuevo tipo de lectura.
De cualquier manera, más allá de una discusión que a prima
facie se presenta como “bizantina”, tengo la casi certeza de que, como sostengo
al principio, la literatura está sumergida en la misma confusión por la que
atraviesan otras actividades humanas.
Probablemente los signos más importantes de estos tiempos
son la velocidad (tal como expresa Italo Calvino en sus seis propuestas para el
nuevo milenio), o la fractalidad, la brevedad, la fugacidad y la virtualidad de
la literatura (según afirma Lauro Zavala, quién también habla de la
“fragmentariedad paratáctica” de la escritura hipertextual propia de los medios
electrónicos).
Es menester aceptar que actualmente la vida se mueve por los
anchos caminos de la información y la necesidad de una comunicación rápida,
concisa, inmediata, se ha convertido en algo urgente e impostergable; en algo
que no admite otra forma que la hipertextual y virtual.
He notado que muchos autores demonizan a Internet por su
interferencia en los mecanismos sociológicos de comunicación a los que
estábamos habituados, como el caso de la lectura, pero es menester decir que,
si bien los riesgos del abuso de la red son inconmensurables, la verdadera
utilidad del sistema dependerá de la concepción de quienes la usan.
Es verdad que Internet es un arma peligrosa y un territorio
que se presta a múltiples transgresiones. Su lenguaje dista mucho de ser el
ideal de acuerdo a las tradicionales normas (el propio Calvino anticipa una
“peste” del lenguaje, que se ha vuelto vago, impreciso y vacío de contenido, lo
que, según sostiene, se debe a la pérdida de forma de la vida y a un extendido
abandono de la espiritualidad) pero también es cierto que los medios en general
y en particular los periódicos y sobre todo la televisión han variado la forma
de expresarse, lo que indudablemente contribuye a una mayor confusión.
Internet nos ofrece una serie de textos que funcionan como
si fuera un enorme texto fragmentado en lo que se llama hipertexto, y al que se
accede por formas diferentes a la lectura convencional. En este inmenso
hipertexto, el lector puede elegir o descartar a voluntad aquellos fragmentos
que no le interesan, lo que deviene en múltiples lecturas que llevarán a una
inevitable fragmentación de las historias. Es, salvando las distancias, como si
alguien que tiene un libro en sus manos encuentra en el camino textos que le aburren
o no le agradan y que con el simple acto de cambiar su señalador de posición
pudiese evitarlos.
Adelaide Bianchini, en su artículo “Conceptos y definiciones
de hipertexto”, sostiene que “a diferencia de los libros impresos, en los
cuales la lectura se realiza en forma secuencial desde el principio hasta el
final, en un ambiente hipermedial la ‘lectura’ puede realizarse en forma no
lineal, y los usuarios no están obligados a seguir una secuencia establecida,
sino que pueden moverse a través de la información y hojear intuitivamente los
contenidos por asociación, siguiendo sus intereses en búsqueda de un término o
concepto”.
Pero más allá de esto, me gustaría llamar la atención sobre
la posibilidad que nos brinda Internet de acceder a la lectura de libros como la Biblia , el Corán, los
clásicos y, para no aburrir con mi lista, de autores contemporáneos de renombre
que, muchas veces, por diferentes motivos, como por ejemplo los mandatos de la
industria editorial, son inaccesibles para el hombre común; tampoco podemos
ignorar la posibilidad que tienen muchos escritores de colgar sus trabajos en
la red esquivando los numerosos inconvenientes de editar en papel (ya decía
Eugenio Montale que los editores muchas veces eligen aquello que más
posibilidad tiene de vender en lugar de elegir los trabajos mejores y más
valiosos, lo que impide a muchos poder hacer conocer sus textos). Se me ocurre
que esto no es tan malo.
No desconozco los riesgos que encierra la red, pero quisiera
dejar instalados los interrogantes que por ahora, para mí al menos, deberíamos
aspirar a resolver. ¿Es Internet la responsable de todos los males sociales?
¿No habrá también mucho de “pereza” intelectual para generar que, de alguna
manera, el hombre pueda volver nuevamente su mirada hacia su propia esencia y
descubrir la riqueza de su vida interior? ¿No habrá llegado el momento de que
la sociedad en su conjunto y la familia en particular intenten una mirada
diferente y más amplia sobre el fenómeno de Internet y que, tal como sostienen
múltiples autores, sea en el hogar donde se ejerza un control estricto sobre el
contenido al que acceden sus integrantes? Por último, ¿no sería más coherente
tratar de aprovechar el fenómeno Internet, de volcarlo a favor de una
recomposición social y buscar un entorno menos denso y más agradable para
todos?
(Extracto del trabajo “El microrrelato. Un género en
expansión”, leído en la Feria
del Libro de Villa María, Córdoba, el 11 de junio de 2008).
(*)Antonio Cruz
Maestro, médico y escritor argentino (Frías, Santiago del
Estero, 1951). Egresó como médico cirujano de la Universidad Nacional
de Córdoba (UNC, 1976). Ha ejercido diversos cargos públicos relacionados con
su profesión. Ha hecho periodismo radial y ha publicado colaboraciones en
medios periodísticos de Santiago del Estero, Buenos Aires, Tucumán, Córdoba,
Salta y otras provincias argentinas. Ha publicado los poemarios Catarsis,
poemas de amor con esperanza (1998), Ashpa Súmaj (2003), Canto a mi pueblo
(2003), Aires del noroeste (selección provincial del concurso literario del
Consejo Federal de Inversiones, CFI; 2003) y Tránsito (desde la oscuridad hacia
la luz) (2008), así como el libro de cuentos Tío Elías y otros cuentos
(selección provincial del concurso literario del CFI, 2004). También es autor de
dos novelas inéditas, La hoguera de las utopías y El maquinista. Textos suyos
aparecen en Panorama del microrrelato en el noroeste argentino (Universidad
Nacional de Tucumán, UNT), entre otras antologías. Ha obtenido reconocimientos
como, en poesía, el primer premio del 2º Concurso Literario Horacio Germinal
Rava (2001), el primer y segundo premio en el 2º Concurso Literario del Colegio
de Médicos (2001), y en narrativa el primer y tercer premio del Concurso
Literario “La Inmigración
Árabe en Santiago del Estero” (2001). Ha sido jurado de diversos concursos y ha
participado en eventos como la
Feria del Libro de Santiago del Estero, la Feria del Libro de Buenos
Aires, la Feria
del Libro de Córdoba, las Primeras Jornadas Universitarias de Minificción
organizadas en 2007 por la UNT ,
y otros. Junto a prestigiosas figuras como Lisandro Amarilla y Alfonso Nasif
integró un panel sobre “Un siglo de literatura santiagueña”. Escribe artículos
de opinión para medios gráficos y virtuales y ha llevado sus trabajos literarios
a numerosas ciudades de Argentina y Latinoamérica, participando en numerosos
recitales y encuentros de poetas o narradores. Es miembro permanente del staff
de la revista literaria La
Iguana , que se edita en papel y por Internet. Su obra ha sido
difundida por medios periodísticos de Santiago del Estero, Tucumán, Córdoba y
Buenos Aires, así como en medios digitales entre los que se cuentan
Misioletras, Texto Sentido, La
Cultura , Poesía+Letras, Isla Negra, La Lectura , Bitácora Global,
Con Voz Propia y Fundación Cultural Santiago del Estero.
FUENTES:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario