Enrique Santos Discépolo en el programa Nº 5 del
primer ciclo de "Pienso y digo lo que pienso" rebautizado luego
"A mí me la vas a contar"
"¿Por qué hablás si no sabés?
¿De dónde sacaste esa noticia que echás a rodar desaprensivamente,
sin pensar en lo irresponsable que sos y en el daño que podés hacer? Estamos
viviendo el tecnicolor de los días gloriosos y vos me lo querés cambiar por el
rollo en negativo del pesimismo, el chisme, la suspicacia y la depresión.
No, si yo a vos te conozco, ¡uf, si te conozco! Vos sos,
mirá, vos sos el que no podés disponer de hechos y entonces usás los rumores, y
te acercás a mí para tirarme la manea de unas palabras en el momento más
inesperado.
¿Sabés qué palabras, por ejemplo?: «¡La que se va a armar!».
¡Explicate! Que tu actividad capciosa no se detenga en el
umbral de las palabras, sino que atraviese el zaguán del prólogo y me tienda la
mesa en el comedor de los hechos… Hechos y no palabras, hechos y no rumores.
Dale, servime la cena. Poné sobre mi mesa eso que estás anunciando,
pinchalo con el tenedor de una evidencia, cortame el entrecote con el cuchillo
de otra evidencia. ¡Y hacé que yo trague el bocado evidentemente!
Porque, hasta ahora, los rumores se fabrican aquí por
quienes se alimentan de sus propias milanesas. Porque yo a vos no te entiendo.
Vos me agarrás del brazo en la vereda, me anunciás que se va a venir una… se va
venir una… y en vez de venir una, te vas vos, y yo me quedo en la vereda tratando
de no impresionarme, porque si yo fuera impresionable entraría en mi casa
agachado como vos, hablando al bies como vos, y cuando los míos vinieran a
saludarme alegremente, también yo levantaría la medianera de esas palabras
sibilinas que me dijiste: «Menos alegría y vayan preparándose…Porque ¡se va a
venir una!»
Pero yo vengo de vuelta, ¿sabés? Yo vengo de otras épocas
llenas de palabras, superfluamente llenas de palabras; no había nada más que
eso: barrios de palabras,
tribunas de palabras, países de palabras, y por eso no creo
en los rumores chiquitos y muchas veces miserables con que vos querés hacerle
sombra a una realidad que
está iluminándonos. ¿Por qué hablas si no sabés?
¡Entristece pensarlo!
Claro, a vos vino uno y te dijo que ayer mataron a
treinta. ¿Dónde están los que mataron? ¿Fuiste al entierro? ¿Tomaste café en el
velorio? No, vos no viste nada, vos no sabés nada, pero como alguien te lo
dijo, vos lo repetís, y ¿quién se lo dijo a ese alguien? ¿Quién?
Ahora me explico: será el mismo que anunció, por ejemplo,
que Fulano y Mengano estaban presos. Y entonces, vos venís y me decís, siempre
agachado, siempre haciéndote el misterioso: «¡Shhh… la cosa está brava! ¡Los metieron
presos a Fulano y Zutano!».
Y si te digo que anoche lo vi a Fulano con una rubia y que
hoy almorcé casualmente con Mengano, vos me mirás con una lástima tremenda y me
decís que es un truco.
¿Cómo un truco? ¿A mí me la vas a contar? ¡Yo estuve con
Mengano! ¿Cómoque no? ¿Entonces, quién era? ¿Boris Karloff
caracterizado?
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Discépolo y Tania |
Pero, oíme. ¿No ves en qué época estás viviendo?. Con
kilos de realidades, toneladas de realidades, y entonces, ¿cómo podés mostrarte
tan pequeño, tan chiquito, y ser un cómplice más en esta carrera de posta en la
que los rumores más absurdos, cuando no cínicos, salen de la obscuridad y
quieren meterse en el pensamiento de los crédulos?
Ya sé, decís que vienen desde el exterior contando con la
colaboración de sus personeros, de los que, desgraciadamente, muchos son
argentinos.
Pero ¡No hablés tonterías! ¡Averiguá primero!
Despreciá al malintencionado que te pasa un rumor como
quien te entrega un billete falso… y no ves que si es falso. ¿Cómo vas a comprar
la verdad? ¿O vos no sabías que la verdad está en los hechos maravillosos que
hoy nos rodean, y que la mentira está en esos rumores o calumnias que vos
recogiste y amplificaste?
¿A mí me vas a contar que no sabés que son calumnias? ¿Que
creés en los rumores? ¿Que pensás firmemente que… «se va a venir una»?
¡Fenómeno la que se va a venir! ¡Vamos, criatura, que somos pocos y nos
conocemos mucho! ¡A mí no me la vas a contar!"
AUDIO: "Sos el pasado que quiere volver".
Penúltimo programa de Discépolo
HISTORIA DE "MORDISQUITO"
En 1951, Discépolo es invitado a participar de un programa
en Radio Nacional. La emisión, que iba por cadena nacional, se llamaba Pienso y
digo lo que pienso, y la idea era que destacadas figuras artísticas de la época
pregonaran los logros del gobierno peronista.
A Discépolo el guión le parece malo, piensa que se trata
de lisa y llana propaganda política en un año electoral. Pero, lejos de sacarle
eL cuerpo al convite, reformula ese guión y crea un personaje que es el
estereotipo del gorila porteño, un retrato verosímil del antiperonista de
entonces. Mordisquito, un fulano bravo, que se las tenía que ver con él, que
también es un jodido, pero encima es peronista.
Es interesante observar lo que Discépolo pone en juego
construyendo esos diálogos con Mordisquito. Cuánto y qué pone en la mesa de
juego ese hombre esmirriado pero atrevido, enjuto y jetón, pero con estilo.
Es interesante no sólo porque sirve para mensurar la
densidad de la dialéctica de aquellos años 40 y 50, sino porque ésa, su
apuesta, permite repensar el rol del artista,
del periodista, del hombre de la cultura, de los
comunicadores de este presente al que la posmodernidad parece haberles dejado
el mandato del no compromiso.
Total, casi todo sería lo mismo y nada parecería definir
el nuevo sujeto histórico por el cual valdría la pena soltar la rienda de
cualquier apuesta. Sirve para preguntarse si está mal tomar partido. Sirve,
acaso, para reflexionar si es cierto que jugarse por una propuesta política
afecta la objetividad de esos actores sociales que integran la presente escena
cultural. Sirve, seguramente, para constatar que, en el caso de Discépolo,
decirlo, decirle a la gente que habían optado por determinado camino, no le
impidió pasar a la inmortalidad y le permitió, además, sincerar una relación
compleja y asimétrica, en la que una voz puede incidir tanto en la opinión de
muchos.
Discépolo pone todo de sí para expresar su apoyo a un
gobierno que él piensa que ha venido a redimir las décadas que él padeció como
artista y como hombre del campo popular.
No le costó poco. Amigos, colegas del mundo artístico,
prohombres de la intelligentzia porteña, críticos periodísticos, todos ellos lo
denostaron hasta el insulto y la difamación.
Su talento no sirvió de nada para evitar que la crítica
porteña le asestara los mandobles políticamente correctos de aquellos días.
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Aquí junto a Carlos Gardel |
Discépolo, dirigiéndose a Mordisquito, pero hablándole a
esos indignados profetas de la cultura impuesta por el establishment, los
interpelaba con esa atrevida y filosa lengua jetona: «La nuestra es una
historia de civismo llena de desilusiones. Cualquiera fuese el color político
que nos gobernó, siempre la vimos negra. Aspiramos a gozar y al final nos gozaron.
¡Todos! ¡Siempre! Una curiosa adoración, la que vos sentís por los pajarones
hizo que el país retrocediese cien años. Porque vos tenés la mística de los
pajarones y prácticas su culto como una religión. Cuanto más pajarón él, más
torpe y más crédulo vos. Te gusta oír hablar a la gente que no entendés nada;
la que te habla claro te parece vulgar».
¿Exagerado? ¿Destemplado? ¿Sectario? El contexto de época
ayuda a poner las cosas en su lugar. En un país en el que a un presidente que
ganó las elecciones contra casi todo el arco político restante se lo denomina
«El Tirano», donde a las mayorías que rescataron de la cárcel a Perón en
octubre de 1945 se las llama «cabecita negra» (años después se perfeccionaría
ese calificativo y se lo reemplazaría por el más filosófico «aluvión zoológico»),
la desmesura es un recurso más de una comunicación ruda, como ruda era la
confrontación política del momento. Al fin y al cabo, cada vez que en la Argentina confrontaron
—confrontan—dos proyectos de Nación, los tonos de la comunicación resultaron
—resultan—destemplados.
Discépolo dejó en esos estudios de Radio Nacional algo más
que coraje cívico. Dejó buena parte de su vida.
Poco después, su salud empeoró y nunca se recuperó del todo,
hasta su muerte, un 23 de diciembre de 1951.
Ese hombre frágil en apariencia, pero feroz a la hora de
sacar a relucir su verborragia militante, le hizo un guiño a La Parca y la obligó a esperar
antes de llevárselo.
Discépolo necesitaba disfrutar aquel triunfo peronista de
1951 antes de partir de este mundo. Necesitaba constatar que su Mordisquito
había colaborado en la construcción de esa victoria.
Así lo entendió Perón, quién no dudo en afirmar: «Gracias
al voto femenino y a Mordisquito, ganamos las elecciones».
«Ahora sí, vamos», le debe haber dicho Discépolo a La Parca. Y partió, dejando
a Mordisquito solo, muy solo.
Horacio Çaró
Libro: Relatos radiales de Enrique Santos Discépolo - Mordisquito
Ed. Pueblos del Sur (2006)
Junto a la Comisión de SADAIC visitando a Perón |
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