El autor de letras de tangos que se convirtieron en verdaderos himnos porteños, fue también un orador de barricada que se pronunció siempre a favor de los más humildes. En el arte y en la vida caminó por la vereda de lo popular.
Por Norberto Galasso
Le tocó vivir un tiempo difícil de vasallaje y
miseria popular, de artes exóticas y gobiernos reaccionarios, de banderas
enfangadas y "próceres" traidores. Pero él supo encontrar las
respuestas y erguirse junto a su pueblo para empujar, "de prepo", a
esa historia nuestra, a veces remisa y reculadora.
Vino de su Añatuya callada y desvalida y se metió
con su espíritu poblado de versos en un Boedo mistongo que se derramaba en cafetines,
lustrabotas y mendigos hacia esa Chiclana amenazada siempre por la inundación.
Allí caminoteó atardeceres con Cátulo Castillo, Julián Centeya y el
"loco" Papa y allí resolvió en largas conversaciones con Jauretche su
dilema shakesperiano trasladado al suburbio: "¿Ser hombre de letras o
hacer letras para los hombres?".
Allá estaba la Academia y el galardón literario, el premio
municipal en la solapa y la cátedra momificada. Aquí, la fidelidad al Barrio de
las Ranas, a las pibas de Alsina, a Pompeya con su farol "balanceado en la
barrera" y "el codillo llenando el almacén", al Boedo legendario
donde se mezclaban el caudillo radical Pedro Bidegain y aquel Eufemio Pizarro
que "con vaivén de carro…/ cruzaba los ocasos / del barrio pobretón".
![]() |
De izquierda a
derecha: Cátulo Castillo, Homero Manzi, Sebastián Piana y Pedro Maffia
|
Y Homero Nicolás Mancione desdeñó la fama
oligárquica para grabar su perfil como Homero Manzi optando por el mundo de
"las chatas entrando al corralón", chapaleando barro bajo el cielo de
Pompeya herido de lonjas rojas, con sus gorriones y fabriqueras, con el eco de
un bandoneón –"mariposa de alas negras"- brotando del último organito
de una ciudad entristecida.
En ese camino, sus "versos para los
hombres" acunaron a la
Negra María , consolaron a la mulata abandonada, invocaron al
Papá Baltasar en nombre de los chicos pobres, eternizaron al viejo ciego del
violín y a aquella Malena "con voz de sombra", en el paisaje
indeleble de un "Sur paredón y después". De este modo, estampó una
radiografía carreguiana de personas y aconteceres de la realidad, tan humildes
y por eso, precisamente, tan importantes. Asimismo, en el terreno político,
Homero también eligió la vereda popular, despreciando las canonjías que el
ofrecía el radicalismo alvearizado, para lanzarse a la aventura de FORJA, aquel
29 de junio de 1935, porque sabía que "éramos una Argentina colonial"
y ansiaba una "Argentina libre".
La soberanía popular, la nacionalización de las
empresas extranjeras y la reivindicación de los derechos de los trabajadores se
hicieron punta, una y otra vez, en su vozarrón lanzado al viento en la tribuna
esquinera –modesta tarima de cajoncitos de cerveza- donde chisporrotearon
luminosas verdades en la sombría noche de la "Década infame".
![]() |
Homero Manzi
(segundo desde la izquierda), Luis César Amadori,
Jacinto Benavente y Lucas
Demare, entre otros.
|
Aquel que calificaba a la piel de una muchacha como
"magnolia que mojó la luna", se transmutó entonces en orador de
combate: "Nos quieren hacer creer que hay una cosa intocable en la
economía: el gran capital… Nos quieren convencer que el ferrocarril apenas da
ganancias a sus accionistas… Hay que crear mentalidades opuestas y nacionales que
frente a esa lamentación digan sencillamente esto: ¡¡¡QUE SE VAYAN A LA PUTA QUE LOS PARIÓ ESOS
ACCIONISTAS!!!".
Así batalla en la catacumba forjista, en esa época
en que la tisis roe los pulmones de las mujeres que pedalean en la
"Singer", cuando los rufianes controlan la calle Corrientes y las
adolescentes desaparecen del conventillo atraídas por "las luces del
centro". Y así se consustancia cada vez más con su pueblo. Por esa razón,
en 1947, reencendiendo su vieja fe del auténtico irigoyenismo, brinda su apoyo
a la caravana popular desde su perspectiva de "revolucionario", amigo
del Pueblo, al que expresa en sus versos y a quien acompaña ahora en su nuevo
camino jubiloso: "Quienes nos tildan de opositores se equivocan. Quienes
nos tildan de oficialistas también. Nos somos oficialistas ni opositores. Somos
revolucionarios… Perón es el reconstructor de la obra inconclusa de Hipólito
Yrigoyen".
Poco después, la muerte le punguea el corazón en el
sanatorio Costa Boero y se despide "lleno de luces y dolores… que integran
mi cortejo final de despedida". Sin embargo, aún hoy, cuando en la radio
en un tallercito del suburbio o en la disquería noctámbula de la calle
Corrientes, florecen otra vez sus versos "con un perfume de yuyos y de
alfalfa/ que nos llena de nuevo el corazón", parece como si el Homero
indoblegable se pasease todavía con su cara redonda y sus ojos limpísimos de
niño –esos por donde "su frente triste de pensar la vida, tiraba
madrugadas por los ojos", como diría Cátulo Castillo- para mantener viva
la canción y encendernos, de nuevo, la esperanza.