jueves, 3 de julio de 2014

CÁTULO CASTILLO: El gran poeta de una gran época argentina...

CÁTULO CASTILLO (1906-1975)

El gran poeta de una gran época

“Cuando mi padre tenía 20 años robó a mi madre y se casó con ella. La sacó de los
alrededores de La Plata donde mi abuelo trabajaba en un stud como cuidador. Fue a comienzo del año 1905.
Se fueron a vivir a Buenos Aires a una casita de la calle Castro 947. Yo nací el 6 de agosto de 1906, a las cinco de la tarde. Caía una lluvia tremenda y hacía un frío de la madona. Mi padre trabajaba en los Tribunales, y un amigo suyo, Edmundo Montagne, también poeta, le avisó: “Pepe, ha nacido tu hijo Cátulo”. Ese amigo ya tenía previsto el nombre. Mi padre corrió a la casa, me quitó de al lado de mi madre, me sacó los pañales, salió al patio, me puso debajo de la lluvia y exclamó: “¡Hijo mío, qué las aguas del cielo te bendigan!”…”

Como Discépolo, al igual que Homero Manzi y otros representantes auténticos del arte popular, Cátulo Castillo fue bastante más que un mero poeta de tango.

Nacido en la calle Castro al 900 de Buenos Aires – el 6 de agosto de 1906 – vivió parte de su infancia en Chile, donde su padre, el dramaturgo José González Castillo, debió exiliarse a causa de sus ideas libertarias.

Ya afincado en Buenos Aires, en 1923, compone “Organito de la tarde”, su primer tango. Por la misma época practica boxeo, llegando a ser campeón argentino de peso pluma y preseleccionado para las olimpíadas de Ámsterdam. En 1926, con las regalías de sus tangos, viaja por primera vez a Europa, donde luego va a dirigir su propia orquesta.

A principios de la década del ´30, otra vez en Buenos Aires, obtiene por concurso una de las cátedras del Conservatorio Municipal Manuel de Falla. Ante la hostilidad de sus colegas que lo menosprecian por ser músico de tango, se repliega en los estudios musicales. Hacia 1950 llegará a ser director de dicho conservatorio, cargo con el que se jubiló.

En los ´40 y 50´, cuando el tango vuelve a alcanzar el auge de antaño, se consagra a la poesía y escribe con los compositores más destacados: Mores (“Patio de la Morocha”), Pontier (“Anoche”), Pugliese (“Una vez”), Piana (“Tinta roja” y “Caserón de tejas”), y su gran colaborador desde 1945: Aníbal Troilo (“María”, La última curda”, “Una canción”).

En esos años se dedicó al periodismo en diversas revistas, publicó el libro “Danzas Argentinas” (1953), hizo canciones para distintas películas, escribió el sainete lírico “El Patio de la Morocha” (con música de Troilo), fue secretario y presidente de SADAIC en distintos ciclos.


En 1953, ante las iras de la crítica oligárquica, fue designado presidente de la Comisión Nacional de Cultura de la Nación.

Ernesto Sammartino, el radical unionista que bautizó a las masas peronistas como “aluvión zoológico”, se lamentaba entonces en un diario de Montevideo: “El país que produjo a Sarmiento, Guido Spano, Lugones, Almafuerte, Hernández, Rojas y tantos otros escritores y poetas famosos, sufre hoy el ludibrio de tener como máximo representante de su cultura al autor del sainete “El patio de la morocha”.

En 1955, Cátulo Castillo poeta depuesto – como Marechal, como Rega Molina o Vaccarezza -se va a replegar con Amanda, su mujer y los incontables perros que solía recoger de la calle, a una casita del Gran Buenos Aires, en la ciudad Evita, que a partir del 55 toma el nombre de Ciudad General Belgrano.



La esposa de Cátulo , Amanda Pelufo, se refiere en estos términos a aquella época: “Lo teníamos todo y de pronto, en 1955, nos quedamos sin nada. Cayó Perón, llegó la Libertadora y a Cátulo lo echaron de todas partes. Ya no pudo tener cátedras, ni dirigir SADAIC, ni estar en Cultura. Ni siquiera pudo cobrar sus derechos de autor porque SADAIC, precisamente, fue intervenida. En el peor momento hasta llegaron a prohibir que se pasaran sus temas por radio. No le perdonaron nada. Para empezar que un tanguero estuviera en Cultura. Después que haya sido el primero en llevar el tango al Colón… Vendimos todo y nos recluimos. Cátulo escribía tangos, pintaba al estilo de Quinquela y sobre todo descubrió su amor por los animales. Llegamos a tener 95 perros, 19 gatos y dos corderitos: Juan y Domingo”.

Con el deshielo de los 60, vuelve a plena actividad. De esa etapa es “Y a mi qué”, una radiografía del momento político. Ya la época de oro del tango ha pasado, pero él sigue componiendo, escribiendo guiones radiales, trabajando en SADAIC. Publicó la novela “Amalio Reyes un hombre”, que llevó al cine Hugo del Carril. También publicó “Prostibulario”, acerca del cual se cartea con Perón, en 1971. Su obra resulta indiscutible por el éxito alcanzado: “María”, El último café”, “La última curda”, “La Calesita”, “Café de los Angelitos”, “Desencuentro”, “Y a mi qué”, “El trompo azul”, “La cantina”, “A Homero”, “Arrabalera”, “Mensaje”, “Tinta roja”, “Patio mío”, “Caserón de tejas” y tantos otros. Por eso – más allá de resquemores por sus posiciones políticas – en 1974, la Sala de Representantes de Buenos Aires lo designa ciudadano ilustre de la ciudad.

Al recibir el galardón, Cátulo relató esta breve fábula: “El águila y el gusano llegaron a la cima de una montaña. El gusano se ufanaba de ello. El águila aclaró: `Vos llegaste trepando, yo volando´. ¿Pájaros o gusanos? – inquiría Cátulo – he aquí una pregunta clave”. Que él supo responder, ejemplarmente a lo largo de su trayectoria.

Fallece el 19 de octubre de 1975.



CÁTULO CASTILLO por Julio Nudler

Recorrió con sus letras los temas que siempre obsesionaron al tango: la dolorosa nostalgia por lo
perdido, los sufrimientos del amor y la degradación de la vida. No tuvo en cambio espacio para el humor ni para el trazo despreocupado, y tampoco para el énfasis rítmico de la milonga. La palabra último figura en varios de sus títulos, como dando testimonio de ese desfile de adioses que atraviesa sus letras, donde hay siempre compasión por quienes padecen y un frecuente recurso al alcohol como fuga. Cátulo no se dio, como letrista, un perfil definido, en lo cual se parece más a Enrique Cadícamo que a Homero Manzi. No alcanza a menudo la calidad poética de éste ni el lacerante poder de observación de Enrique Santos Discépolo, pero enalteció al género con una obra vasta e influyente, siendo también notable su aporte como compositor.

Aunque su obra de músico no sea la que nos ocupa en esta semblanza, es justo recordar que, en su juventud, Cátulo concibió páginas de gran hermosura, varias de las cuales llevaron letra de su padre, José González Castillo, talentoso comediógrafo y dramaturgo de ideas anarquistas, que hasta debió exiliarse por unos años en Chile, llevando a su pequeño hijo, para escapar de la represión. Tangos como el imperecedero "Organito de la tarde" (que concibió cuando contaba 17 años), "El aguacero", "Papel picado", "El circo se va" y "Silbando" (en colaboración con Sebastián Piana) dan cuenta del único caso de semejante comunión creadora entre padre e hijo en la historia del género. También con otros letristas escribió páginas trascendentes, como "La violeta", con el poeta Nicolás Olivari; "Corazón de papel", con Alberto José Vicente Franco, o "Viejo ciego", con Manzi (y en colaboración con Piana), entre otras. Un dato asombroso es que Cátulo haya podido ser, al mismo tiempo que inspirado músico y poeta, un boxeador de renombre, que llegó a conquistar el título de campeón argentino de peso pluma.


El compromiso político con los explotados inspiró una de sus obras tempranas, "Caminito del taller". Ese tango, que Carlos Gardel grabó en 1925, le pertenece a Cátulo en letra y música. Describe en él, con enorme sensibilidad, el triste destino de una costurerita enferma, a la que observa pasar rumbo al trabajo en las mañanas invernales con su fardo de ropas. Así como creó con ésta una composición clave dentro del tango de protesta social, Cátulo también aportaría obras emblemáticas para otras tesituras.

Tal el caso de "Tinta roja", de 1941, con música de Piana, donde se funden en la añoranza el barrio y la propia infancia. «¿Dónde estará mi arrabal? ¿Quién se llevó mi niñez?», pregunta su protagonista. De ese mismo año, y de la misma pareja autoral, es "Caserón de tejas", un hermoso vals que llora las mismas pérdidas y, dentro del repertorio de compás ternario, es también una obra sobresaliente.



De otro carácter es "María", con música de Aníbal Troilo, creado en 1945. Poema intensamente romántico, que evoca un amor encerrado entre dos otoños, puede ser elegido para representar toda aquella corriente sentimental que bañó al tango durante la década de los '40, con influencia del bolero y con el papel protagónico del cantor de orquesta, que seducía al público femenino con su voz, sus temas y su estampa. Aunque el amor sigue siendo fuente de penas y sinsabores, ya no hay en estas historias perversidad ni traiciones. Su lugar suele tomarlo el misterio: «Un otoño te fuiste, tu nombre era María, y nunca supe nada de tu rumbo infeliz...», versea Cátulo.

Aunque haya sido un letrista decisivo en aquellos años, el liderazgo poético del género lo alcanzaría recién en la década del '50. Es preciso recordar que en 1951 murieron Discépolo y Manzi, que Cadícamo había reducido mucho su producción, como también ocurrió con José María Contursi, y que sólo Homero Expósito, entre los máximos nombres de las letras tangueras, intentaba renovarse a sí mismo, aunque su mejor inspiración ya había pasado. Claramente, fue Castillo quien dominó el panorama y tuvo el mérito de abrir nuevos caminos, que sin embargo se irían borroneando con la declinación que sufrió el tango desde finales de aquella década. Por otro lado, los vanguardistas, con la magna excepción de Astor Piazzolla, concentraban su interés en el tango instrumental.

Aunque Cátulo siguió escribiendo en la línea evocativa, con tangos como "Patio mío", "Patio de la morocha" o "El último farol", lo mejor de su nueva producción no estuvo allí. Cerca ya de sus cincuenta años, sus letras comienzan a expresar una actitud desesperada ante la vida. Es con esos tangos de la desesperación, impregnados de sensualidad y de filosofía, que construye el último apogeo poético del género, irguiéndose por encima de sus contemporáneos. "La última curda", de 1956, con música de Aníbal Troilo, es probablemente el tango cantado más trascendente de esa década. Como había hecho Manzi en 1950 en "Che, bandoneón" y otros letristas en tantas otras piezas anteriores, Castillo dialoga con ese fuelle de «eco funeral» donde residen los secretos del tango y de la existencia. Olvido, condena, fracaso, alcohol, aturdimiento son los elementos de esa conversación sombría, que define a la vida como «una herida absurda». Las versiones iniciales que grabó el cantor Edmundo Rivero, en 1956 con Troilo y en 1957 con Horacio Salgán, son de una rara perfección. Una lectura diferente pero asimismo memorable es la registrada en 1963 por Roberto Goyeneche, también con Troilo.

Otros tangos fundamentales de aquella etapa fueron "Una canción" (1953), con música de Troilo; "Anoche" (1954), con Armando Pontier, y "Perdóname" (1954), con Héctor Stamponi, tres obras mayúsculas que motivaron excelentes versiones (por voces tan destacadas como las de Alberto Marino, Horacio Deval, Charlo, Jorge Casal, Pablo Moreno u Oscar Alonso, entre otras). El drama de los inmigrantes italianos le inspiró piezas de gran relieve, como "Domani" (1951), con Carlos Viván, y "La cantina" (1954), con Troilo. Ya en los años '60 forjó importantes éxitos con el áspero "Desencuentro" (1962), con Troilo, y el más convencional "El último café", con Stamponi.

Con estas menciones no se agota la extensa obra creativa de Cátulo Castillo. Para evitar que queden innombrados en esta semblanza, citamos otro número de excelentes tangos con los que enriqueció los mejores repertorios: "Se muere de amor" (con Pedro Maffia), "Color de barro" (Anselmo Aieta), "Dinero, dinero" y "Malva" (Enrique Delfino), "La madrugada" (Angel Maffia), "Te llama mi violín" (Elvino Vardaro), "Una vez" (Osvaldo Pugliese), "Naná" (Emilio Barbato), "Para qué te quiero tanto" (Juan Larenza), "Rincones de París" y "Volvió a llover" (Osmar Maderna), "Burbujas" (Carlos Figari), "Maleza" (Enrique Munné), "Pobre Fanfán" (Delfino/Barbato), "Ventanal" (Atilio Stampone), "Tango sin letra" (Venancio Clauso) y "Sin ella" (Charlo). La amplia y sobresaliente nómina de compositores con los que colaboró confirma el compromiso de Cátulo con el mejor tango.

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