lunes, 26 de agosto de 2013

EL HOMBRE PARA EL QUE LA LITERATURA ERA CUESTIÓN DE VIDA O MUERTE...

Roberto Arlt según Conrado Nalé Roxlo


Cómo nacieron los personajes más famosos de Arlt, de dónde surgía su literatura, cómo era en la intimidad. Estas y  otras sabrosas anécdotas cuenta Conrado Nalé Roxlo - de cuya muerte acaban de cumplirse 42 años - en sus memorias. 

Por Edgardo Lois

Conrado Nalé Roxlo y Roberto Arlt - Ambos escritores se
conocieron hacia finales de 1917 o comienzos de 1918,
en la publicación La Idea, del porteño barrio de Flores.
 Yo no me explico cómo una revista seria como es Caras y Caretas publica junto a versos de grandes poetas como Baudelaire y Verlaine, los de un mediocre como el señor Visillac, y usted disculpe, señor Visillac."

El pensamiento vertido en voz alta y clara pertenece a Roberto Arlt. Ocurrió en la tertulia de la publicación La idea, de Flores. En ese lugar, hacia finales de 1917 o a principios de 1918, Conrado Nalé Roxlo conoció a Arlt.

Nalé Roxlo (15 de febrero de 1898 - 2 de julio de 1971) publicó sus memorias por entregas, textos que en 1978 editó la editorial Plus Ultra como Borrador de memorias. Entre las anécdotas y personajes recogidos, sustanciosos desde muchos puntos de vista, sobresale la pista de Arlt. Seguir el recorrido del joven Roberto se hace inevitable.
Nalé Roxlo lo describe en esos primeros encuentros en La idea: "(…) Roberto Arlt se mostró tal como le he visto siempre –sin que el tiempo y la vida modificara nada de lo esencial–, rico de fantasías, de deseos, de invenciones, de raros conocimientos y originales ignorancias, bebiendo los vientos de la vida nueva con avidez de bárbaro, con ansia de enamorado, con hambre de niño; mirando el mundo con ojos tan nuevos, que el mundo parecía rejuvenecer para ponerse a tono con él, descubriendo el idioma con golosa fruición, queriendo forzar el misterio de las almas, no importa si con amor o con violencia…"

El memorioso cuenta que había sido exceptuado del servicio militar porque no

daba el peso. Como buen romántico partió a Paraguay dispuesto a morir en soledad. Trabajó en un almacén de ramos generales en donde no lo dejaban leer en los momentos libres.

Recibió una carta de Arlt que constaba de "treinta y ocho páginas de papel de envolver", y la llevó al negocio. El dueño lo acusó de copiar el libro para leerlo en el negocio. Sin dudas, un creativo. Nalé explicó que era una carta y la entregó para que Sherlock Holmes la leyera.

Detalles de la carta: "Traía un breve introito personal y todo lo demás era de este jaez: 'He conocido a un morfinómano. Se llama Astier de Villate' y contaba la historia del decadente caballero de Villate (años después escribió una novela semanal con ese personaje de protagonista). Otras páginas estaban dedicadas a lo que dice Paracelso sobre los dragones; otras a transcribirme algunos horrores de El jardín de los suplicios, de Octavio Mirbeau. (Arlt era gran lector de Mirbeau, quien tuvo alguna influencia en su obra). Y todo por el estilo, con el agregado de proyectos literarios y de inventos con los que pensaba hacerse rico. Roberto Arlt escribía en aquel tiempo con letra pequeña y apretada y a una velocidad casi mecánica. A nadie he conocido que escribiera y leyera tan rápidamente como Arlt."

En estas memorias hay datos sobre ciertas elecciones de Arlt, de qué manera mezclaba realidad y fantasía, y cómo a veces mezclaba poco y nada. Nalé aclara que el Gregorio de Laferrere a quien se refiere, amigo y compañero de trabajo en el diario La Voz, no era el gran comediógrafo, sino uno de sus hijos. Y luego revela: "A título de curiosidad literaria, diré aquí que Roberto Arlt hizo de él un ajustado retrato físico en Los siete locos donde aparece como el buscador de oro."

En esto de dar con personas de carne y hueso que terminan dentro de un libro, Nalé cuenta que Eduardo E. Molina, médico, amigo y "su lector de cabecera" le presentó a Ergueta, el farmacéutico de Los siete locos. Cuenta Nalé: "Ergueta Márquez era un hombre adiposo, de nariz carnosa y pálida que le caía sobre los abultados labios; la mirada adormecida bajo pesados párpados". ¿Fue amigo de Arlt?, preguntó Nalé. "¡Amigo, amigo! ¿Usted cree que un amigo hace lo que él me hizo? ¡Sacarme los trapitos al sol en una novela aprovechándose de mis confidencias!" Pero él no lo nombró, arrimó Nalé. "Pero todo el mundo me reconoce." ¿El retrato era verdadero?, preguntó. "Lo único verdadero es la palabra de Dios que está en la Biblia. (…) En cuanto a Arlt ya ha sido castigado desde el cielo." Cierra Nalé: "Y se lanzó en una perorata, mechada de versículos bíblicos, confusas y terribles profecías. Era un delirante lúcido, que sacado de su misión mesiánica, habla cuerda y tranquilamente de todo lo demás. Creo que Ergueta es uno de los personajes más acabados de Arlt, una de sus más incorruptibles creaciones. Una vez más la criatura sacada de la nada se volvía airada contra su creador."

Lo mismo ocurrió con Palumbo, el librero de viejo de la calle Corrientes, Arlt lo retrató en El juguete rabioso. Sigue Nalé: "Arlt tenía la costumbre, que si le dio muy buenos resultados literarios, a los interesados les hacía muy poca gracia, de tomar a las gentes tal cual eran y echarlas a rodar por las páginas de sus libros." Nalé fue director de la revista Don Goyo y publicó un cuento de Arlt que trataba de los "grotescos amores de un matrimonio de prósperos confiteros de Flores". Lo citó un abogado, quería iniciar pleito contra la revista. Sucedió que los parroquianos de la confitería se sentaban a tomar vermouth con la revista abierta en la página en cuestión. Nalé arregló la situación. Por esa época, 1925-26, Arlt publicó en Mundo Argentino el cuento "El gato cocido", la historia de una vieja avara que hirvió vivo a un gato porque le había robado una tira de asado. La protagonista era su suegra, que llevaba en el texto su nombre y apellido verdaderos. Recuerda también Nalé que Carlos Muzzio Saenz, el director de Mundo Argentino: "Tomó la sabia costumbre de cambiarle el nombre a todos los personajes de los cuentos de Arlt que publicaba, por las dudas."

Al conocer a Arlt, Nalé vivía en Ensenada al 600. Dos cuadras antes se terminaban el adoquinado y el alumbrado eléctrico en las calles.

Había barro y faroles a kerosén. Por falta de pago, era común que le cortaran el suministro eléctrico. Tenía lámparas de kerosén para la emergencia, pero a veces la previsión no alcanzaba y sucedía en medio de las mejores charlas: "–¿No tiene una vela?, dice Arlt por decir algo, pues ya sabe que de tenerla ya la habría encendido. –No. –Entonces vamos a buscar una lámpara a la calle." Como Nalé era más liviano era el indicado para trepar al farol. Arlt lo sostenía mientras capturaba la lámpara de latón verde con la mecha convenientemente enroscada dentro del líquido. Esta operación se repitió varias veces: "Arlt solía decirme con cierto regocijo malévolo, mientras yo, de rodillas en sus hombros, maniobraba en la caja del farol: Mire, Nalé, si fuera en cana por robar el fuego sagrado de la municipalidad, como Prometeo.
- Iríamos juntos - le respondía yo con cierto fastidio.
- Tiene razón - me respondía con tono serio, y agregaba: –Apúrese.

Su propia broma lo había inquietado, pues le tenía entonces mucho miedo a la policía. No sé si después se lo perdió. Yo se lo sigo teniendo." Sucedió una vez que fueron a tomar prestada una lámpara y encontraron junto a la encendida, una vacía: "–¿Qué le parece?– me dijo Arlt. –Un hombre de conciencia escrupulosa. –Sí, debe ser el Buen Ladrón." Terminaron devolviendo las lámparas acompañadas por un cartelito: "Muchas gracias."

La lectura atenta de las memorias de Nalé Roxlo confirma el especial poder de observación de quien escribe, una y otra vez Arlt era atrapado sin concesiones: "Su voz y su sonrisa estaban acotando continuamente sus palabras; el interlocutor sensible captaba así el trasfondo de su espíritu, su verdadera intención. Solía decir cosas que tomadas al pie de la letra, repetidas sin precaución y oídas sin la necesaria finura auditiva, resultarían simples detonaciones. Arlt a los 17 años jugaba al cínico y al salvaje, y lo hacía muy bien, pero con el ademán, la sonrisa y el tono de la voz nos estaba diciendo que era un juego. Tenía un sentido feroz del humor, pero humor al fin. Su expresión, de una gran riqueza de matices peinaba el violento contrapelo de lo que decía."

Sobre Arlt, su compromiso con la literatura, y sus maneras, Nalé anota: "(…) La literatura era, sí, una cuestión de vida o muerte. Me estoy refiriendo a los años que precedieron a El juguete rabioso, al tiempo de formación y tanteo, a lo que podríamos llamar su prehistoria literaria. Su vida para él tenía entonces un solo sentido: ser un gran escritor. Nunca vi vocación más firme, sostenida y hasta diría cerrada. Era una pasión violenta y concluyente como son las pasiones juveniles de los hombres apasionados. No recuerdo en qué escritor de su admiración había leído esta frase: "Si para escribir una bella página tuviera que pasar sobre los cadáveres de mi madre y de mi padre, pasaría sin remordimiento." Me la repetía con frecuencia, pero los dos estábamos en el secreto de las frases salvajes, y a mí también me gustaba mucho. Algunas constan en el prontuario que me han hecho los tontos. Tenía Arlt un gran desprecio y una dura intolerancia por todo lo que consideraba frívolo. Recuerdo una fría tarde de invierno en que le presenté en el café El Seminario a un grupo de autores teatrales, Goyeneche, Cordone, Pablo Suero. Lo recibieron cordialmente. Arlt se dispuso a escuchar la conversación, mudo, con el seño fruncido por la atención y la barba en el puño. Mis amigos hablaban de mujeres. A los diez minutos, sin haber dicho una palabra, Arlt se levantó y me dijo: –Yo me voy. Para oír estas frivolidades no vale la pena reunirse con escritores.  Lo acompañé. Mi amistad por él estaba hecha de un gran afecto, una profunda estimación por su talento y bastante paciencia."

Una lectura común unió a Arlt con un familiar directo de Nalé: "Mi madre y Arlt simpatizaron desde el primer momento. Tenían un tema inagotable en el que ambos se enfrascaban con fruición: las aventuras de Rocambole. (…) Arlt me golpeaba la espalda y me decía: –Lea Rocambole, Conrado, si quiere ser un hombre instruido."
Un día Arlt le dijo a la madre de Nalé: "–Señora, si usted acepta, le voy a dar un puesto en mi gabinete, aunque había resuelto no tener señoras." Nalé era su ministro de poesía y ella la especialista en Rocambole: "Se trataba de un juego que él afectaba tomar muy seriamente y en el que había entrado él mismo de buena fe en un principio, cuando planificaba su carrera literaria. Pero lo cierto es que tenía amigos como todo el mundo sin más propósitos que la simple amistad."

Arlt también invitó a Nalé a su casa. Vivía con sus padres y su hermana, Lila. Nalé observó que debajo de su cama, entre el piso y el elástico, había pilas de grandes hojas de papel: "Todo lo he escrito yo", dijo Arlt. En una visita posterior Nalé vio que debajo de la cama no había nada: "Lo quemé todo. No servía." Arlt le había leído algo de aquella escritura: "(…) ¿No servía? ¿Quién podía decirlo? Las páginas que me leyó de aquella enorme labor destruida eran desconcertantes; lo fantástico y lo horripilante adquirían fuerza de pesadilla."

Los amigos, junto a un tercer integrante, Constantino Aguirre, poeta que luego abandonara el oficio, hicieron una excursión al cementerio de Flores. Arlt en esos tiempos leía a la señora Blavatsky y a Annie Besant: "(…) Cuando el reloj de la iglesia de San José de Flores dejó caer las 12 campanadas fatídicas de los cuentos de miedo, escalamos la tapia por distintos lugares y saltamos dentro del fúnebre jardín.

Debíamos permanecer alejados unos de otros y no pedir socorro, pasara lo que pasara, hasta que sonara la media. (…) Pero mi miedo a lo sobrenatural fue muy inferior al que había previsto, lo que, preciso es confesarlo, me produjo cierta desilusión. (…) Nos juntamos. Aguirre tan tranquilo como si saliera de un baile. Arlt no quería renunciar al escalofrío del más allá: había visto moverse algo entre las tumbas; le pareció oír una voz lejana, ruidos misteriosos…

En fin, nada. (…) Terminamos la noche en una cálida lechería y con un buen café con leche. Aguirre, irónico: él lo había dicho. Yo, muy contento de estar a salvo, y Arlt, aunque no lo dijo, bastante resentido con los muertos."


Borrador de memorias, de Conrado Nalé Roxlo


Siempre fue el autor de "El grillo". Le ocurrió lo mismo que a Fernández Moreno con los "Setenta balcones y ninguna flor". Borrador de memorias es una lectura para no perder. Anécdotas jugosas, personajes a tono, reflexiones sobre la vida y la escritura. 

La prosa de Nalé es buena compañera. Hace memoria de sus personas queridas (el triste final de Jorge Brown, el hijo del famoso payaso Frank Brown), de sus lugares (una detallada crónica del boliche "Almacén de la cueva", ubicado en Talcahuano y Cangallo, y bautizado como "El puchero misterioso", porque nadie se explicaba cómo se podía comer tanto por tan poco: 20 centavos). 

Félix B. Visillac, el poeta aludido por Arlt en la tertulia de "La idea", sin importar el esperpento leído en el local, levantaba la voz y decía: "Muy emotivo. Muy emotivo." Nalé consigna una frase: "He notado que cuanto peor es la literatura que se hace más en serio se la toma." Riesgo de tertulia literaria, casi nunca sucede el casi milagroso hecho de cruzarse con un escritor. Nalé fue un tipo de suerte.
Su obra: poesía: "El grillo" (1923), "Claro desvelo" (1937), "De otro cielo" (1952); teatro: "La cola de la sirena" (1941), "Una viuda difícil” (1944), "El pacto de Cristina" (1945), "Judith y las rosas" (1956); novela: "Extraño accidente" (1960). Utilizando los seudónimos de Chamico y Alguien, publicó en diarios y revistas cuentos humorísticos que reunió en colecciones: "Cuentos de Chamico" (1941), "El muerto profesional" (1943), "Cuentos de cabecera" (1946), "La medicina vista de reojo", "Mi pueblo" (1953).  


TIEMPO ARGENTINO




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