Por Edgardo Lois
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Conrado Nalé Roxlo y Roberto Arlt - Ambos escritores se conocieron hacia finales de 1917 o comienzos de 1918, en la publicación La Idea, del porteño barrio de Flores. |
Yo no me
explico cómo una revista seria como es Caras y Caretas publica junto a versos
de grandes poetas como Baudelaire y Verlaine, los de un mediocre como el señor
Visillac, y usted disculpe, señor Visillac."
El
pensamiento vertido en voz alta y clara pertenece a Roberto Arlt. Ocurrió en la
tertulia de la publicación La idea, de Flores. En ese lugar, hacia finales de
1917 o a principios de 1918, Conrado Nalé Roxlo conoció a Arlt.
Nalé
Roxlo (15 de febrero de 1898 - 2 de julio de 1971) publicó sus memorias por
entregas, textos que en 1978 editó la editorial Plus Ultra como Borrador de
memorias. Entre las anécdotas y personajes recogidos, sustanciosos desde muchos
puntos de vista, sobresale la pista de Arlt. Seguir el recorrido del joven
Roberto se hace inevitable.
Nalé
Roxlo lo describe en esos primeros encuentros en La idea: "(…) Roberto
Arlt se mostró tal como le he visto siempre –sin que el tiempo y la vida
modificara nada de lo esencial–, rico de fantasías, de deseos, de invenciones,
de raros conocimientos y originales ignorancias, bebiendo los vientos de la
vida nueva con avidez de bárbaro, con ansia de enamorado, con hambre de niño;
mirando el mundo con ojos tan nuevos, que el mundo parecía rejuvenecer para
ponerse a tono con él, descubriendo el idioma con golosa fruición, queriendo
forzar el misterio de las almas, no importa si con amor o con violencia…"
El
memorioso cuenta que había sido exceptuado del servicio militar porque no
daba
el peso. Como buen romántico partió a Paraguay dispuesto a morir en soledad.
Trabajó en un almacén de ramos generales en donde no lo dejaban leer en los
momentos libres.
Recibió
una carta de Arlt que constaba de "treinta y ocho páginas de papel de
envolver", y la llevó al negocio. El dueño lo acusó de copiar el libro
para leerlo en el negocio. Sin dudas, un creativo. Nalé explicó que era una
carta y la entregó para que Sherlock Holmes la leyera.
Detalles
de la carta: "Traía un breve introito personal y todo lo demás era de este
jaez: 'He conocido a un morfinómano. Se llama Astier de Villate' y contaba la
historia del decadente caballero de Villate (años después escribió una novela
semanal con ese personaje de protagonista). Otras páginas estaban dedicadas a
lo que dice Paracelso sobre los dragones; otras a transcribirme algunos
horrores de El jardín de los suplicios, de Octavio Mirbeau. (Arlt era gran
lector de Mirbeau, quien tuvo alguna influencia en su obra). Y todo por el
estilo, con el agregado de proyectos literarios y de inventos con los que
pensaba hacerse rico. Roberto Arlt escribía en aquel tiempo con letra pequeña y
apretada y a una velocidad casi mecánica. A nadie he conocido que escribiera y
leyera tan rápidamente como Arlt."
En
estas memorias hay datos sobre ciertas elecciones de Arlt, de qué manera
mezclaba realidad y fantasía, y cómo a veces mezclaba poco y nada. Nalé aclara
que el Gregorio de Laferrere a quien se refiere, amigo y compañero de trabajo
en el diario La Voz,
no era el gran comediógrafo, sino uno de sus hijos. Y luego revela: "A
título de curiosidad literaria, diré aquí que Roberto Arlt hizo de él un
ajustado retrato físico en Los siete locos donde aparece como el buscador de
oro."
En
esto de dar con personas de carne y hueso que terminan dentro de un libro, Nalé
cuenta que Eduardo E. Molina, médico, amigo y "su lector de cabecera"
le presentó a Ergueta, el farmacéutico de Los siete locos. Cuenta Nalé:
"Ergueta Márquez era un hombre adiposo, de nariz carnosa y pálida que le
caía sobre los abultados labios; la mirada adormecida bajo pesados
párpados". ¿Fue amigo de Arlt?, preguntó Nalé. "¡Amigo, amigo! ¿Usted
cree que un amigo hace lo que él me hizo? ¡Sacarme los trapitos al sol en una
novela aprovechándose de mis confidencias!" Pero él no lo nombró, arrimó
Nalé. "Pero todo el mundo me reconoce." ¿El retrato era verdadero?,
preguntó. "Lo único verdadero es la palabra de Dios que está en la Biblia. (…) En cuanto a
Arlt ya ha sido castigado desde el cielo." Cierra Nalé: "Y se lanzó
en una perorata, mechada de versículos bíblicos, confusas y terribles
profecías. Era un delirante lúcido, que sacado de su misión mesiánica, habla
cuerda y tranquilamente de todo lo demás. Creo que Ergueta es uno de los
personajes más acabados de Arlt, una de sus más incorruptibles creaciones. Una
vez más la criatura sacada de la nada se volvía airada contra su creador."
Lo
mismo ocurrió con Palumbo, el librero de viejo de la calle Corrientes, Arlt lo
retrató en El juguete rabioso. Sigue Nalé: "Arlt tenía la costumbre, que
si le dio muy buenos resultados literarios, a los interesados les hacía muy
poca gracia, de tomar a las gentes tal cual eran y echarlas a rodar por las
páginas de sus libros." Nalé fue director de la revista Don Goyo y publicó
un cuento de Arlt que trataba de los "grotescos amores de un matrimonio de
prósperos confiteros de Flores". Lo citó un abogado, quería iniciar pleito
contra la revista. Sucedió que los parroquianos de la confitería se sentaban a
tomar vermouth con la revista abierta en la página en cuestión. Nalé arregló la
situación. Por esa época, 1925-26, Arlt publicó en Mundo Argentino el cuento
"El gato cocido", la historia de una vieja avara que hirvió vivo a un
gato porque le había robado una tira de asado. La protagonista era su suegra,
que llevaba en el texto su nombre y apellido verdaderos. Recuerda también Nalé
que Carlos Muzzio Saenz, el director de Mundo Argentino: "Tomó la sabia
costumbre de cambiarle el nombre a todos los personajes de los cuentos de Arlt
que publicaba, por las dudas."
Al
conocer a Arlt, Nalé vivía en Ensenada al 600. Dos cuadras antes se terminaban
el adoquinado y el alumbrado eléctrico en las calles.
Había
barro y faroles a kerosén. Por falta de pago, era común que le cortaran el
suministro eléctrico. Tenía lámparas de kerosén para la emergencia, pero a
veces la previsión no alcanzaba y sucedía en medio de las mejores charlas:
"–¿No tiene una vela?, dice Arlt por decir algo, pues ya sabe que de
tenerla ya la habría encendido. –No. –Entonces vamos a buscar una lámpara a la
calle." Como Nalé era más liviano era el indicado para trepar al farol. Arlt
lo sostenía mientras capturaba la lámpara de latón verde con la mecha
convenientemente enroscada dentro del líquido. Esta operación se repitió varias
veces: "Arlt solía decirme con cierto regocijo malévolo, mientras yo, de
rodillas en sus hombros, maniobraba en la caja del farol: Mire, Nalé, si fuera
en cana por robar el fuego sagrado de la municipalidad, como Prometeo.
-
Iríamos juntos - le respondía yo con cierto fastidio.
-
Tiene razón - me respondía con tono serio, y agregaba: –Apúrese.
Su
propia broma lo había inquietado, pues le tenía entonces mucho miedo a la
policía. No sé si después se lo perdió. Yo se lo sigo teniendo." Sucedió
una vez que fueron a tomar prestada una lámpara y encontraron junto a la
encendida, una vacía: "–¿Qué le parece?– me dijo Arlt. –Un hombre de
conciencia escrupulosa. –Sí, debe ser el Buen Ladrón." Terminaron
devolviendo las lámparas acompañadas por un cartelito: "Muchas
gracias."
La
lectura atenta de las memorias de Nalé Roxlo confirma el especial poder de
observación de quien escribe, una y otra vez Arlt era atrapado sin concesiones:
"Su voz y su sonrisa estaban acotando continuamente sus palabras; el
interlocutor sensible captaba así el trasfondo de su espíritu, su verdadera
intención. Solía decir cosas que tomadas al pie de la letra, repetidas sin
precaución y oídas sin la necesaria finura auditiva, resultarían simples
detonaciones. Arlt a los 17 años jugaba al cínico y al salvaje, y lo hacía muy
bien, pero con el ademán, la sonrisa y el tono de la voz nos estaba diciendo
que era un juego. Tenía un sentido feroz del humor, pero humor al fin. Su
expresión, de una gran riqueza de matices peinaba el violento contrapelo de lo
que decía."
Sobre
Arlt, su compromiso con la literatura, y sus maneras, Nalé anota: "(…) La
literatura era, sí, una cuestión de vida o muerte. Me estoy refiriendo a los
años que precedieron a El juguete rabioso, al tiempo de formación y tanteo, a
lo que podríamos llamar su prehistoria literaria. Su vida para él tenía
entonces un solo sentido: ser un gran escritor. Nunca vi vocación más firme,
sostenida y hasta diría cerrada. Era una pasión violenta y concluyente como son
las pasiones juveniles de los hombres apasionados. No recuerdo en qué escritor
de su admiración había leído esta frase: "Si para escribir una bella
página tuviera que pasar sobre los cadáveres de mi madre y de mi padre, pasaría
sin remordimiento." Me la repetía con frecuencia, pero los dos estábamos
en el secreto de las frases salvajes, y a mí también me gustaba mucho. Algunas
constan en el prontuario que me han hecho los tontos. Tenía Arlt un gran
desprecio y una dura intolerancia por todo lo que consideraba frívolo. Recuerdo
una fría tarde de invierno en que le presenté en el café El Seminario a un
grupo de autores teatrales, Goyeneche, Cordone, Pablo Suero. Lo recibieron
cordialmente. Arlt se dispuso a escuchar la conversación, mudo, con el seño
fruncido por la atención y la barba en el puño. Mis amigos hablaban de mujeres.
A los diez minutos, sin haber dicho una palabra, Arlt se levantó y me dijo: –Yo
me voy. Para oír estas frivolidades no vale la pena reunirse con escritores.
Lo acompañé. Mi amistad por él estaba hecha de un gran afecto, una
profunda estimación por su talento y bastante paciencia."
Una
lectura común unió a Arlt con un familiar directo de Nalé: "Mi madre y
Arlt simpatizaron desde el primer momento. Tenían un tema inagotable en el que
ambos se enfrascaban con fruición: las aventuras de Rocambole. (…) Arlt me
golpeaba la espalda y me decía: –Lea Rocambole, Conrado, si quiere ser un
hombre instruido."
Un
día Arlt le dijo a la madre de Nalé: "–Señora, si usted acepta, le voy a
dar un puesto en mi gabinete, aunque había resuelto no tener señoras."
Nalé era su ministro de poesía y ella la especialista en Rocambole: "Se
trataba de un juego que él afectaba tomar muy seriamente y en el que había
entrado él mismo de buena fe en un principio, cuando planificaba su carrera
literaria. Pero lo cierto es que tenía amigos como todo el mundo sin más
propósitos que la simple amistad."
Arlt
también invitó a Nalé a su casa. Vivía con sus padres y su hermana, Lila. Nalé
observó que debajo de su cama, entre el piso y el elástico, había pilas de
grandes hojas de papel: "Todo lo he escrito yo", dijo Arlt. En una
visita posterior Nalé vio que debajo de la cama no había nada: "Lo quemé
todo. No servía." Arlt le había leído algo de aquella escritura: "(…)
¿No servía? ¿Quién podía decirlo? Las páginas que me leyó de aquella enorme
labor destruida eran desconcertantes; lo fantástico y lo horripilante adquirían
fuerza de pesadilla."
Los
amigos, junto a un tercer integrante, Constantino Aguirre, poeta que luego
abandonara el oficio, hicieron una excursión al cementerio de Flores. Arlt en
esos tiempos leía a la señora Blavatsky y a Annie Besant: "(…) Cuando el
reloj de la iglesia de San José de Flores dejó caer las 12 campanadas fatídicas
de los cuentos de miedo, escalamos la tapia por distintos lugares y saltamos
dentro del fúnebre jardín.
Debíamos
permanecer alejados unos de otros y no pedir socorro, pasara lo que pasara,
hasta que sonara la media. (…) Pero mi miedo a lo sobrenatural fue muy inferior
al que había previsto, lo que, preciso es confesarlo, me produjo cierta
desilusión. (…) Nos juntamos. Aguirre tan tranquilo como si saliera de un
baile. Arlt no quería renunciar al escalofrío del más allá: había visto moverse
algo entre las tumbas; le pareció oír una voz lejana, ruidos misteriosos…
En
fin, nada. (…) Terminamos la noche en una cálida lechería y con un buen café
con leche. Aguirre, irónico: él lo había dicho. Yo, muy contento de estar a
salvo, y Arlt, aunque no lo dijo, bastante resentido con los muertos."
Borrador de memorias, de Conrado Nalé Roxlo
Siempre
fue el autor de "El grillo". Le ocurrió lo mismo que a Fernández
Moreno con los "Setenta balcones y ninguna flor". Borrador de
memorias es una lectura para no perder. Anécdotas jugosas, personajes a tono,
reflexiones sobre la vida y la escritura.
La
prosa de Nalé es buena compañera. Hace memoria de sus personas queridas (el
triste final de Jorge Brown, el hijo del famoso payaso Frank Brown), de sus
lugares (una detallada crónica del boliche "Almacén de la cueva",
ubicado en Talcahuano y Cangallo, y bautizado como "El puchero
misterioso", porque nadie se explicaba cómo se podía comer tanto por tan
poco: 20 centavos).
Félix
B. Visillac, el poeta aludido por Arlt en la tertulia de "La idea",
sin importar el esperpento leído en el local, levantaba la voz y decía:
"Muy emotivo. Muy emotivo." Nalé consigna una frase: "He notado
que cuanto peor es la literatura que se hace más en serio se la toma."
Riesgo de tertulia literaria, casi nunca sucede el casi milagroso hecho de
cruzarse con un escritor. Nalé fue un tipo de suerte.
Su
obra: poesía: "El grillo" (1923), "Claro desvelo" (1937),
"De otro cielo" (1952); teatro: "La cola de la sirena"
(1941), "Una viuda difícil” (1944), "El pacto de Cristina"
(1945), "Judith y las rosas" (1956); novela: "Extraño
accidente" (1960). Utilizando los seudónimos de Chamico y Alguien, publicó
en diarios y revistas cuentos humorísticos que reunió en colecciones:
"Cuentos de Chamico" (1941), "El muerto profesional"
(1943), "Cuentos de cabecera" (1946), "La medicina vista de
reojo", "Mi pueblo" (1953).
TIEMPO ARGENTINO